terça-feira, 28 de fevereiro de 2012

¿Salvar vidas o salvar el capital?

Por Frei Betto
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Cuatro días antes de la Navidad, 523 instituciones financieras europeas recibieron el mejor regalo de Papá Noel: 489 mil millones de euros, prestados por el BCE (Banco Central Europeo) al interés del ¡ 1% anual!
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Es curiosa la lógica que rige el sistema capitalista: nunca hay recursos para salvar vidas, para erradicar el hambre, para reducir la degradación ambiental, para producir medicamentos y distribuirlos gratis... Pero tratándose de la salud de los Bancos, el dinero aparece en un abrir y cerrar de ojos. ...
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Sin embargo hay un aspecto preocupante en tamaña generosidad: si fueron tantas las instituciones que se pusieron en la fila del BCE es señal de que no caminan muy bien.
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¿Cuáles son los fundamentos de esa lógica que considera más importante salvar el Mercado que las vidas humanas? Uno de ellos es este mito de nuestra cultura: el sacrificio de Isaac por Abrahán (Génesis 22,1-19). En dicho relato Abrahán debe probar su fe sacrificando a Yahvé su único hijo, Isaac. En el momento preciso en que, en lo alto de un monte, prepara el cuchillo para matar a su hijo, aparece un ángel que impide a Abrahán consumar el hecho. La prueba de fe ya fue dada por su disposición a matar. En recompensa, Yahvé cubre a Abrahán de bendiciones y le multiplica su descendencia como las estrellas del cielo o las arenas del mar.
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Desde la óptica del poder esa lectura pone a la muerte como camino para la vida. Toda gran causa -como la fe en Yahvé- exige pequeños sacrificios que acentúen la magnitud de los ideales abrazados. De ese modo la muerte provocada, fruto del desinterés del Mercado por las vidas humanas, pasa a integrar la lógica del poder, como el sacrificio ‘necesario’ del hijo Isaac por el padre Abrahán, en obediencia a la voluntad soberana de Dios.
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Abrahán era el intermediario entre el hijo y Dios, así como el FMI y el BCE hacen de puente entre los bancos y los ideales de prosperidad capitalista de los gobiernos europeos, que para escapar de la crisis deben ofrecer sacrificios.
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Esa misma lógica informa el inconsciente del patrón que bloquea el salario de sus empleados con el pretexto de capitalizar y así multiplicar la prosperidad general y crear más empleos. También lleva al gobierno a acusar a las huelgas como responsables del caos económico, aun sabiendo que son originadas por los bajos salarios pagados a quienes trabajan tanto sin alcanzar nunca la recompensa de una vida digna.
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El dios de la razón del Mercado merece, como prueba de fidelidad, el sacrificio de todo un pueblo. Todos los ideales están preñados de promesas de vida: la prosperidad de los bancos acreedores, la capitalización de las empresas, el ajuste fiscal del gobierno. Se salva lo abstracto en detrimento de lo concreto, que es la vida humana.
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Lo espantoso de esa lógica es admitir, como mediación, la muerte anunciada. Se mata cruelmente a través del corte de los subsidios a programas sociales; del revocamiento de las relaciones laborales; del incentivo al desempleo; de los ajustes fiscales draconianos; del rechazo a conceder a los jubilados la calidad de una vejez decente.
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La lógica cotidiana del asesinato es sutil y esmerada. Los que tienen admiten como natural el despojo del que no tiene. Cualquier amenaza a la lógica acumulativa del sistema es una ofensa al dios de la libertad occidental o de la libre iniciativa. Se exige el sacrificio como prueba de fidelidad. No importa que Isaac sea el hijo único. Abrahán debe probar su fidelidad a Yahvé. Y no hay mayor prueba que la disposición a matar la vida más querida.
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La lógica de la vida, sin embargo, encara el relato bíblico con los ojos de Isaac. Éste no sabía que sería asesinado, hasta el punto de que le preguntó a su padre que dónde estaba el cordero destinado al sacrificio. Abrahán cumplió todas las condiciones para matar al hijo: le unció, le ató, le puso sobre la leña preparada para la hoguera y empuñó el chuchillo para degollarlo.
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Sin embargo, advertido por el ángel, Abrahán se detuvo. No aceptó la lógica de la muerte. Rechazó el precepto que obligaba a los padres a sacrificar a sus hijos primogénitos. Rechazó las razones del poder. Ante la ley que exigía la muerte, Abrahán respondió con la vida y arriesgó la suya propia, lo que le obligó a cambiar de residencia.
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Si no cambiamos de residencia -sobre todo en el modo de encarar la realidad-, como Abrahán, continuaremos dando culto y adoración a Mammón. Continuaremos empeñados en salvar el capital en lugar de las vidas, y mucho menos la salud del planeta.
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Fuente: Rebelión, via Telesur
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